Por María López
Juliana Awada, primera dama de Argentina durante el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), trascendió el rol protocolario para convertirse en una figura pública con una impronta distintiva. Su influencia, ejercida con una discreción que contrastaba con la vorágine política, dejó una huella significativa en la sociedad argentina y más allá. Más allá del brillo mediático, su legado se basa en una serie de acciones y una imagen que proyectó una idea particular de la mujer pública en el siglo XXI.
Su estilo personal, elegante y sofisticado pero sin ostentación, fue un punto focal inmediato. Sus elecciones de vestuario, con un claro favoritismo por diseñadores argentinos, se convirtieron en un escaparate para la industria de la moda nacional, impulsando a talentos emergentes y promoviendo el "made in Argentina" en el ámbito internacional. Las fotos de Awada en eventos oficiales, siempre impecablemente vestida, recorrieron el mundo, generando interés no sólo por su estética, sino también por la imagen de una mujer moderna y segura de sí misma que representaba a su país.
Pero la influencia de Awada no se limitó a la moda. Su compromiso con la educación y la infancia fue constante y palpable. Bajo el amparo de la Fundación "Hacer por Argentina", impulsó diversos proyectos sociales, enfocándose principalmente en la niñez vulnerable. Si bien no se trató de una campaña mediática estridente, su apoyo a estas iniciativas resultó crucial para visibilizar necesidades y canalizar recursos hacia programas de asistencia social. Su trabajo en silencio, alejado de los focos políticos, permitió la creación de alianzas estratégicas y la movilización de recursos para un sector de la población que muchas veces permanece en la sombra.
No obstante, su figura no estuvo exenta de críticas. Algunas voces la acusaron de superficialidad, argumentando que su énfasis en la imagen eclipsaba su labor social. Sin embargo, el impacto real de su labor en sectores marginados, si bien a menudo silencioso, es innegable. Su enfoque en la infancia, la educación y la promoción de emprendimientos sociales, independientemente del ruido mediático, habla de una visión integral del rol de la primera dama.
En conclusión, Juliana Awada no fue una figura política en el sentido tradicional del término, pero ejerció una influencia indiscutible en la sociedad argentina. Su estilo, su compromiso social y su discreción, lejos de ser contradictorios, se complementaron para construir una imagen memorable y, en definitiva, marcar una diferencia tangible en el panorama social y cultural del país. Su legado trasciende la coyuntura política, dejando un ejemplo de cómo una primera dama puede contribuir significativamente sin ocupar el centro del escenario.